martes, 29 de julio de 2008

"Tiempo al tiempo"-Reflexión sobre las ideologías y la política




I. EL EVANGELIO: UN TESORO INAPRECIABLE

1. Con la lectura del Evangelio de hoy (Mt 13,44-52), concluimos las siete parábolas con que Jesús, en el capítulo 13 del Evangelio según San Mateo, nos da a entender aspectos varios de los misterios del Reino de los Cielos. Hoy se leen las tres últimas: el tesoro escondido, el negociante en perlas finas, la red echada al mar.
La liturgia nos sugiere que nos detengamos a considerar las dos primeras, sobre el valor inapreciable del Reino de Dios y que, por obtenerlo, lo pospongamos todo. Este enfoque es apoyado por la primera lectura (1 Re 3,5-12), donde el joven rey Salomón, en vez de pedirle a Dios tesoros materiales, le pide el tesoro de la sabiduría para gobernar a su pueblo. Y, también, por el salmo responsorial, que canta con entusiasmo: “Para mí vale más la ley de tus labios que todo el oro y la plata… Yo amo tus mandamientos y los prefiero al oro más fino” (Sal 118,72.127).

II. LA PARÁBOLA DE LA RED ECHADA AL MAR

2. Sin embargo, me detendré a considerar la última parábola: la red echada al mar (Mt 13,47-50). Y ello, porque su mensaje es semejante al de la parábola del trigo y la cizaña, leída el domingo pasado. Dadas las circunstancias que vivimos en la Argentina, me parece oportuno que profundicemos en su enseñanza.
Advirtamos, ante todo, que Jesús termina las dos parábolas casi con las mismas palabras: “De la misma manera sucederá al fin del mundo…” (vv. 40.49). Ambas enseñan que el bien y el mal se dan mezclados. Y que, para seleccionar lo bueno de lo malo, es preciso esperar hasta el final, tener paciencia. La última parábola difiere en que los pescadores no muestran la impaciencia de los labradores.


III. LA AUTORIDAD, O LA CAPACIDAD PARA AYUDAR CRECER

3. Podríamos resumir la enseñanza de ambas parábolas con el dicho popular: “Hay que darle tiempo al tiempo”. Esto lo entienden muy bien los padres que educan a sus hijos pequeños. Se trata de la paciencia que hemos de tener todos los que tratamos con un ser vivo, frágil y complejo, como el hombre, para ayudarlo en su crecimiento: el maestro con sus alumnos, el médico con su paciente, el pastor con los fieles. Es la paciencia que se necesita también para plasmar comunidades destinadas a favorecer el crecimiento de las personas: la familia, la Iglesia, la sociedad civil, la comunidad política, y otras sociedades.

4. Del que tiene paciencia y tacto para ayudar a crecer, decimos que tiene “autoridad”. La palabra viene del latín “augere”, que significa “crecer”. Para los latinos, la “auctoritas” era la capacidad de ayudar al otro a crecer. También hoy, aun los que no conocen la etimología, entienden que la autoridad es esto. Más allá de los títulos, investiduras o votos que una persona obtuviere, le reconocemos autoridad a quien hace crecer al otro. Y para ello lo sabe esperar, le tiene paciencia. En cambio, al que aplasta, humilla, vocifera, acalla, atemoriza: lo tememos, pero no lo respetamos como autoridad. Tendrá, quizá, autoridad legal, pero no real. Es un impaciente, que puede parecer eficaz, pero pronto se estrellará, junto con quienes se le sometan servilmente.

IV. IMPACIENCIA Y MATONISMO

5. La impaciencia tiene grados. En algún caso puede llegar al paroxismo e incapacitar para ejercer la autoridad. Toda demora en obtener resultados le parece un mal grave que hay que extirpar ya. Todo lo que no parezca trigo, lo quiere arrancar de inmediato. Y, si por él fuere, nadaría al fondo del mar para sacar ya de la red los peces inservibles.
De este grado de impaciencia hay un paso al “matonismo”. Entiendo por esto la actitud del constituido en algún tipo de autoridad que, olvidado de su misión, se embriaga con el poder, acumula siempre más poder, lo ejerce discrecionalmente y se complace en hacerlo sentir, incluso con sadismo. Desde el cabo que, en el servicio militar, hacía “bailar” a los conscriptos, hasta las más altas autoridades que, en nuestra historia, intentaron someter la sociedad a su dominio, sin más razón que “yo pienso así”.

V. IMPACIENCIA, IDEOLOGÍAS Y DESTRUCCIÓN DE LA REALIDAD

6. Este “matonismo” primitivo no queda bien en los círculos cultos. Por ello se reviste muchas veces con el traje de una “ideología”. Ésta, lejos de ser una idea clara para entender la realidad y ayudarla a expandirse en plenitud, es un conjunto de sofismas, presentados con cierta brillantez, que intentan embretar la realidad y hacer que ésta se adecue a ellos, incluso forzándola contra su naturaleza. De allí, los desastres que las ideologías provocan.

7. Ideologías se dan en todos los órdenes. También en el religioso. A veces nacen dentro de la Iglesia. A veces los cristianos nos montamos en alguna ideología de moda. ¿Qué ha sido la teoría de las dos espadas, sino una ideología? Se basó en una palabra bíblica: “Señor, aquí hay dos espadas” (Lc 22,38): una respuesta torpe de los discípulos a una enseñanza de Jesús sobre la necesidad de empuñar la espada en el combate decisivo. ¿O la teoría del “error no tiene derechos”? Un planteo aparentemente filosófico, que pretendió justificar la identidad del Reino de Dios con el reino temporal del príncipe cristiano, y, por tanto, el destierro de todo lo que supuestamente contrariase aquel Reino. Con buena razón, Juan Pablo II, en vísperas del segundo milenio del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, nos invitó a deplorar “la aquiescencia manifestada, especialmente en algunos siglos, con métodos de intolerancia e incluso de violencia en el servicio a la verdad”. Y también “la falta de discernimiento, que a veces llega a ser aprobación, de no pocos cristianos frente a la violación fundamental de derechos humanos por parte de regímenes totalitarios” (Tertio Millenio Adveniente 35.36).

8. Donde las ideologías se encuentran a sus anchas es en el campo de la política. Así, entre las más conocidas y experimentadas modernamente: el liberalismo craso, el marxismo, el nazismo, el fascismo, la doctrina de la seguridad nacional, y cada una con su correspondiente instrumento para forzar la realidad: el colonialismo, el capitalismo salvaje, el partido comunista, la guerrilla revolucionaria, el terror de estado, la guerra preventiva, la deuda internacional….No hay nación que no haya cedido a alguna ideología. Cuando parecía que éstas habían muerto, hoy resurgen en el primer mundo y en América Latina.
La Argentina ha hecho una experiencia diluida de casi todas las ideologías. Sin llegar al extremo que éstas conocieron en otras latitudes, no por ello hemos dejado de probar su amargor. El terror de estado de la década del 70 ha emulado las mazmorras y tormentos de la SS nazi y de la policía soviética. Aun se mira a un balcón donde aparezca un líder a quien vitorear para encolumnarnos detrás de él, como hacían muchos países europeos en el 30. Mejor que ningún régimen soviético, hemos inventado varias fórmulas para confiscar en un instante los ahorros de la gente. Y podemos ofrecer recetas del más crudo capitalismo para poner en el acto a millones debajo de la línea de la pobreza.

VI. PACIENCIA, POLÍTICA Y DEMOCRACIA

9. Si las ideologías son fruto de la impaciencia, la política lo es de la paciencia. Ésta reconoce instintivamente que todo ser humano es un ser político, llamado por su naturaleza a participar activamente en la construcción de la “pólis”, ciudad, o convivencia humana. Éste es uno de los derechos humanos fundamentales, del que nadie puede ser privado. Una sociedad será tanto más adulta y democrática cuanto más y mejor los ciudadanos participen en su construcción.

10. Junto a esta vocación política universal, la paciencia reconoce también una vocación política particular, según la cual algunos ciudadanos se sienten llamados a procurar el bien común: sea por el servicio en la administración pública, sea por la militancia en algún partido político, sea por el ejercicio de la autoridad legítimamente obtenida. La vocación política particular es tal vez la más noble de todas las vocaciones temporales. Pues, al procurar el bien común, facilita el cumplimiento de las demás vocaciones: a la vida, al trabajo, a la ciencia, al arte. Facilita, incluso, la vocación religiosa.

11. Por la paciencia, el hombre que milita en la política partidaria sabe moderarse. Conoce la finalidad de su vocación, que es estar al servicio del hombre real. Y también conoce sus límites. Cuando olvida esto, el político se vuelve faccioso. Se le presenta la tentación de imponerse al resto en forma totalitaria. Lo cual pone en peligro la democracia. Esta tentación es connatural al político, a las instituciones y a los partidos. Es casi imposible no sufrirla. Pero no es fatal caer en ella. Y es fácil de superar por el ejercicio permanente de la autocrítica para detectar la ideología que pueda estarlo minando. Y, sobre todo, mediante el diálogo político democrático, que proponga con sinceridad a los otros ciudadanos el propio punto de vista, y, a la vez, se abra a la escucha, también sincera, del punto de vista del otro, queriendo enriquecerse con él.

12. Es de lamentar que, después del retorno de la democracia, el Congreso, que abolió las leyes de obediencia debida, atribuya poderes desmedidos al Poder Ejecutivo. Y olvide su prerrogativa esencial, que es ser el ámbito natural donde el pueblo y las provincias discuten democráticamente sus problemas y elaboran conjuntamente el modelo de país que los argentinos deseamos. Como si sufriésemos todavía cierta añoranza monárquica, que afloró en los días de la Independencia, pero que entonces fue rechazada firmemente. Fácilmente caemos en el mesianismo. Apenas se elige un nuevo presidente, se habla del “modelo de país” que éste propone, en vez de hablar del modelo de país que se elabora permanentemente en el parlamento.

13. A los ciudadanos nos toca decidir si en 2016 celebraremos el Bicentenario de una República de veras representativa y federal. O si nos contentaremos con una formalidad verbal. Los ciudadanos cristianos también tenemos que decir una palabra, cada uno según su conciencia, iluminada por la fe.

Mons. Carmelo Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia

Fuente: AICA

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